lunes, 16 de junio de 2008

Ensayo: Placer, diversión y poder en cómodas cuotas

Placer, diversión y poder en cómodas cuotas
Autor: Marcela A. Varela
La mujer de principios de siglo XX encuentra, a diferencia del hombre, placer en el cine y la televisión. Ambos medios de comunicación proporcionan a aquella, un imaginario en el que es posible deleitarse sin salir del hogar.
Antes de que a la mujer se le concedieran derechos civiles y políticos, el único lugar reservado a aquella, dentro de la sociedad, era el hogar. Sin embargo, tampoco allí tenía autoridad ya que, siendo soltera estaba sometida a la patria potestad ejercida por el padre y, siendo casada, a la tutela del marido.
Además, dentro de la familia, el trato que se daba a los hijos varones era distinto al recibido por las hijas mujeres. En consecuencia, la inteligencia era una facultad privativa de los hombres, por consiguiente, eran lo únicos que tenían derecho a educarse en colegios y universidades.
Por otra parte, “las señoritas de la casa” debían mostrarse hábiles para las llamadas labores, como por ejemplo, el bordado y la costura.
La mujer había nacido para casarse, al menos, ése era el mandato impuesto como norma social. Entonces, se la preparaba para un matrimonio conveniente; en realidad, se trataba de un verdadero rito. De esta manera, la joven debía mostrarse sumisa y de buenos modales, pero, por encima de todo, debía ser “virtuosa”.
Así, llegaba a unirse a un hombre, al que ofrendaba la máxima virtud que poseía, su castidad.
En consecuencia, la virginidad se consideró durante mucho tiempo, “una prueba de amor”.
Sin embrago, aquella unión era más un contrato entre familias, que la expresión de un amor mutuo.
La sexualidad en la pareja giraba entorno del acto de procreación, por consiguiente, la relación carnal lejos estaba de la búsqueda y satisfacción del placer.
¿La negación del placer era compartida por hombres y mujeres? No sólo, no era compartida sino que revelaba una limitación impuesta por una sociedad conservadora y machista.
Entonces, el hombre encontraba fuera del ámbito familiar, espacios en donde saciar sus pasiones. Lugares como el burdel, el cabaret y el prostíbulo le proporcionaban, al mismo tiempo, sexo, alcohol en exceso y juego.
Mientras tanto, la mujer estaba dedicada a cumplir, resignada y eficazmente, con sus deberes de madre y esposa.
¿No deseaba la mujer tener una vida placentera? En realidad, por mucho que se empeñara en satisfacer sus necesidades de diversión y de goce en la pareja, la amenaza de reprobación social, echaba por tierra todo intento de “rebelión”.
Sin embargo, la aparición del cine y, posteriormente de la televisión, marcó una clara diferencia entre las mujeres que pelearon por sus derechos en las calles, es decir, aquellas que formaban parte de los movimientos feministas, y las que iniciaron su camino hacia la liberación desde el hogar.
La diferencia estaba dada por pares de opuestos tales como, espacio público/espacio privado; realidad/ficción y por último, universal/personal.
Hollywood for export: una vida de película
La televisión como máquina de fabricar sueños a granel, hace de lo imposible, “realidades posibles”. Una vez instalada en el ámbito familiar, se convierte en un “agente secreto” al servicio del público femenino.
Así, la mujer alienada de la realidad que le impone “vivir para cumplir” con sus obligaciones, es capturada por el imaginario que aquélla construye.
De esta manera, la relación comunicativa, se transforma en un espacio virtual de liberación; es decir, en nada ha cambiado el statu quo de aquélla pero, al identificarse con lo que anhela para sí; como espectadora, internaliza ideas prometedoras acerca de que “no hay imposibles”.
Sin lugar a dudas, nada más ejemplificador que las películas y las telenovelas. En ambas, hay ejes temáticos constantes, cuyo hilo conductor es “la persuasión de que en ellos se resuelven los problemas cotidianos”.
Así aparece en la pantalla chica el estereotipo de mujer avasallante que, haciendo uso de su belleza o de su personalidad, cautiva al hombre de sus sueños. Esta empresa de conquista amorosa no está nunca destinada a fracasar, por el contrario, los obstáculos que aparecen a lo largo de la historia, como por ejemplo, una segunda mujer disputando ese mismo amor-lo que se denomina “el tercero en discordia”-, son dirimidos felizmente, convirtiéndose la protagonista en una “heroína”.
El amor siempre era correspondido, se caracterizaba por ser algo así como un muro de hierro que era imposible de derribar. Además, más allá del tiempo y de las circunstancias, era eterno e inalterable.
También aparece en las historias de televisión, la idea de que todo y todos pueden ser transformados por obra de los sentimientos. En virtud de éstos, los villanos, por ejemplo, dejan de serlo si alguien los ama; contrariamente, los buenos, por ejemplo ante una traición deciden vengarse, convirtiéndose en seres malvados y perversos.
En esto, la combinación de la caja fuerte era el final feliz, así, no existen perdedores, todos triunfan en una vida plagada de conflictos soportando lo terrible con cierto estoicismo.
Los polos opuestos se atraen. De esta manera, los ricos se enamoran de los pobres, los malos de los buenos y viceversa.
Greta Garbo vs. Doña Rosa: de divas y de amas de casa
La mujer en la ficción, sobre todo en la década del 40 con el divismo, era presentada no sólo como objeto de procreación sino también, como objeto de deseo.
Por consiguiente, la imagen femenina “promocionada” por Hollywood, se caracterizaba por la sensualidad, el erotismo y el culto a la belleza; una suerte de femme fatal.
Doña Rosa, ¿qué sentía frente a esas vidas de película? Sencillamente, que también la suya lo era, al menos durante las horas que destinaba a mirar televisión.
De esta manera, aquélla se identificaba con el estereotipo de mujer que la “industria cinematográfica” hizo posible.
La búsqueda de relaciones vinculantes, por parte del ama de casa con las “Stars”, va más allá del vínculo espectadora-actriz. En la Traición de Rita Hayworth, Puig es elocuente al poner de manifiesto, a través de un diálogo entre dos personajes femeninos, la relación personal entre la espectadora y una mujer que, además de ser una diva, es una persona como ella.
Hay en la mujer espectadora, una actitud de “reconocimiento”, es decir, se reconoce en aspectos de la vida privada de la “mujer star”.
Así, el ama de casa hacía “especulaciones” acerca de la vida de su referente ficcional y en cierta medida, inconscientemente, se sirve de esto para justificar o minimizar su realidad.
En esto la mujer encuentra la satisfacción de placer y se enajena de su situación, para vivir en función de los personajes de la ficción.
La mujer espectadora, en consecuencia, derramaba lágrimas ante el sufrimiento, por ejemplo, de la joven protagonista, que en principio, no era correspondida en su amor; despreciaba a aquéllos que resultaban en la trama, rivales; además, los criticaba como si en verdad fueran oponentes suyos. Además, expectante soñará siempre con un final feliz.
En conclusión, la dinámica de la industria cultural propone la fragmentación del público, por esa razón, aquélla elabora un producto destinado, en este caso a la mujer, para lo cual, buscará en ella elementos que más tarde serán objeto de apropiación, de identificación, de alienación, de negociación o de rechazo por parte de ésta.
Este proceso no implica estrategias conscientes de manipulación, sino que la industria cultural es producida y sostenida por “seres sociales”.
De esta manera, el mundo que era de los hombres, es conquistado, gracias al cine y la televisión, por las mujeres, aunque sólo virtualmente; ya que los “permisos” de diversión, de placer y de poder, duraban lo que dura un filmo un capítulo de novela.
Sin embargo, no podríamos asegurar un absoluto conformismo, pues queriéndolo o no, no dejaban de dar ideas de liberación a las mujeres; a ese grito ahogado en las gargantas de este público consumidor, frente a una ficción que se asemejaba a una realidad cercana.
La mujer se embarca en una empresa destinada a creer que todo aquello, que resulta imposible, “puede ser posible”; se inicia así un proceso interno, desde el hogar a partir del rol de espectadora, para luego, sumarse a un proceso colectivo, para lo cual ya se encontraba preparada.

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