Autor: Marcela A. Varela
Aún hoy se debate acerca de qué obras pueden ser consideradas como Literatura y cuáles no. En la teoría literaria existen dos visiones: una restringida (1)y otra amplia acerca de lo literario.
Desde la primera concepción, en la Literatura, el mensaje crea imaginariamente su propia realidad, por el hecho de que la palabra literaria, a través de un proceso intencional, crea un universo de ficción que no se identifica con la realidad empírica.
El lenguaje literario es semánticamente autónomo “porque tiene poder suficiente para organizar y estructurar [...] mundos expresivos enteros” (2). Puede ser explicado pero no verificado: constituye un discurso contextualmente cerrado y semánticamente orgánico que instituye una verdad propia.
Sin embargo, reconoce que el lenguaje literario crea un mundo imaginario que más allá de la ficción, tiene vinculación con el mundo real, éste es la matriz primordial y mediata de la obra literaria. Pero, de ninguna manera significa que denota esa realidad empírica, todo lo contrario, instituye una realidad propia, un heterocosmos de estructura y dimensiones específicas. Tampoco se trata de una deformación del mundo real. Es profundamente connotativo, es decir, la configuración representativa del signo verbal, no se agota en un contenido intelectual ya que se presenta un núcleo informativo rodeado de elementos emotivos y volitivos.
Conforme con esta concepción, obras como: “El diario de Ana Frank”, “Operación Masacre”, de Rodolfo Walsh; “La revolución es un sueño eterno”, de Andrés Rivera o, “De la vanidad de las palabras”, de Montaigne, no son literarias.
Sin embargo, Terry Eagleton afirma que no es posible diferenciar entre ficción y realidad, y que cualquier texto es literario si la sociedad, en una época determinada, lo considera como tal.
De acuerdo a esta segunda concepción, se podrían leer literariamente los horarios del tren, la guía telefónica, un cartel en la calle o el menú de un restaurante.
Entonces, ¿es literatura un artículo periodístico? Sin lugar a dudas, la respuesta es afirmativa. Pero es necesario hacer cierto recorrido histórico del Periodismo para entender, tal vez, el por qué.
Se hace Periodismo mucho antes del siglo XVIII- XIX. Ya con la Reforma Protestante y el gran cisma de la Iglesia, se inicia un hito importante en el campo de la comunicación: el surgimiento de la propaganda como medio para difundir ideas a un numeroso grupo de personas, con gran poder de persuasión. Todo esto no hubiera sido posible de no haberse inventado la imprenta.
La invención de la imprenta significó aumentar la cantidad de panfletos y libelos que luego se pegaban en postes, troncos de árboles o lugares públicos, para que las tesis de Lutero fueran conocidas por la población. Incluso, los libelos se caracterizaban porque satirizaban a la jerarquía eclesiástica, además usaban la ironía y el humor para criticar. Por supuesto que con estas mismas posibilidades contaron quienes llevaron adelante la Contrarreforma.
Luego, con la Cultura de masas el Periodismo cobró un gran auge por medio de las denominadas short stories, de Edgar Allan Poe, “el padre de los relatos breves”, que se publicaban en los periódicos llamados peyorativamente, sensacionalistas o amarillistas. Por supuesto, que no ha sido el único dedicado a esto pero sí, uno de los más reconocidos.
Ahora bien, esta vocación de los escritores de literatura por el periodismo tenía una doble implicancia, por un lado, el periódico incrementaba sus ventas y a raíz de esto podía vender su producto a menor costo, y por otro, los escritores tenían un salario que les permitía comer. Aunque contemporáneo, esta fue la vida de Ernest Hemingway, escritor por vocación, periodista por necesidad. Realidad que no deja de dar a conocer a través de sus obras. En “París era una fiesta”, muchos de los capítulos reflejan la vida del escritor y la del periodista.
A estas alturas, el Periodismo comenzó a entrecruzar su género con la Literatura, dando lugar a un transgénero (3): el Periodismo literario.
Desde entonces, la vinculación Periodismo/Literatura se hizo cada vez más difícil de delimitar. El reemplazo de la cópula “y” por la barra indica que estamos en presencia de cosas diferentes pero que en la práctica se encuentran imbricadas.
El Periodismo / Literatura conforma una Anfisbena (4), en la que el cuerpo es el lenguaje, y las dos cabezas: el Periodismo y la Literatura, ambos dispuestos a devorar al lector.
Pero este mestizaje o hibridación, no ha sido bien recibida, sobre todo por escritores y ensayistas, aún más, algunos utilizan un lenguaje soberbio y peyorativo para hacer alusión a esta cuestión. Para León Trosky, el Periodismo “es musa plebeya”, el ensayista Salvador Novo se refirió al tema diciendo: “no se puede alternar el santo misterio de la maternidad que es la Literatura con el ejercicio de la prostitución que es el Periodismo”.
“Para mí, el periodista y el escritor se integran en una sola personalidad... Podríamos definir al periodista como un escritor que trabaja en caliente, que sigue, rastrea el acontecimiento día a día sobre lo vivo. El novelista, para simplicar la dicotomía, es un hombre que trabaja retrospectivamente, contemplando, analizando, el acontecimiento, cuando su trayectoria ha llegado a su término. El periodista, digo, trabaja sobre la materia activa y cotidiana. El novelista la contempla en la distancia con la necesaria perspectiva como un acontecer cumplido y terminado”. Para Alejo Carpentier, indudablemente estamos ante dos escritores, pero cada uno con rutinas de trabajo específicas y, por sobre todas las cosas, con puntos de vista distintos. Como se puede apreciar, no todos los comentarios son detractores.
En realidad, todas estas opiniones nos están demostrando que no existe una delgada línea roja entre el Periodismo y la Literatura, o tal vez sí, pero en otra parte.
Lo que sí es evidente, es que existe un punto de convergencia en donde se transpolan el lenguaje, el Periodismo y la Literatura.
Ahora bien, si la Literatura para ser tal necesita de la ficción, así el Periodismo debe considerarse Literatura, desde el punto de vista de “representación de la realidad”, que incluye elementos de la ficción, puesto que no se puede “reproducir” una realidad en sí misma. Subyacente a esta idea encontramos la de “construcción”.
En una crónica, el periodista da pinceladas propias del narrador literario cuando pretende reconstruir la realidad. Sin embargo, jamás debe confundirse el estilo de redacción de una crónica, entrevista o noticia, como si fuera una ficción, con la no verdad de los hechos, es decir, si el acontecimiento es que “un perro mordió a un niño”, quedará a criterio de cada periodista el punto de vista que adoptará a la hora de escribir su artículo.
En cambio, lo que sí es inadmisible, es “la invención”, es decir, ningún periodista podrá hacer una noticia acerca de que “un niño mordió a un perro”, es más que obvio de que se trata de dos acontecimientos distintos.
Ya hacia 1882, José Martí escribió desde New York para “La Nación”, una crónica titulada: Charles Guiteau, asesino del presidente Garfield. Los lectores de Martí identifican ya desde el comienzo de sus crónicas, una obra que entrecruza los géneros periodístico y literario. También esto es así en las notas de opinión de Sarmiento, en las crónicas de Gabriel García Márquez, o en las Aguafuertes Porteñas de Roberto Arlt.
Nada hemos dicho hasta el momento de la infinita cantidad de escritores –periodistas, y bien valdría la pena mencionar a alguno de ellos: Rodolfo Walsh, Haroldo Conti, Roberto Arlt, Tomás Eloy Martínez, Gabriel García Márquez, Truman Capote, Tom Wolfe, Margarita Michelena, Isabel Allende, Mario Vargas Llosa y tantos otros.
Este recorrido nos ha llevado a entender que el Periodismo Literario se nutre de dos fuentes: Periodismo/Literatura. José Luis Martínez Albertos amplía el concepto de género periodístico, expresando que son “las diferentes modalidades de la creación literaria, destinada a ser divulgadas a través de cualquier modo de difusión colectiva”.
A su vez, este par imbricado tiene al lenguaje como materia prima; las palabras sirven para pronunciar el mundo real o ficticio, se hacen imagen en el caso del cine, de la fotografía, pero siempre comunican una emoción, un saber o ambas cosas al mismo tiempo. También sirven para denunciar.
Además, no sólo en cuanto al género y la escritura puede apreciarse esta “hibridación”, sino también en la vida del escritor-periodista o del periodista-escritor. El primero se hace periodista para poder vivir, el segundo, quiere crear algo diferente.
Este debate, este diálogo permanente con las obras, para saber si son de aquí o si son de allá, perdurará a lo largo de la historia. Encenderá la ira de los escritores de ficción más conservadores y tradicionalistas y la curiosidad de las nuevas generaciones, por esto que no es nuevo, pero que sin embargo, aún hoy muchos desconocen.
¿Desde que nosotros pensar, entonces, la delgada línea roja después de haber andado estos caminos?
La delgada línea roja es anterior a la obra literaria e incluso a la obra periodística. Se va trazando en la mente del escritor-periodista o del periodista-escritor frente a la hoja del papel en blanco, en el sagrado y preciso instante en que debe asumir el compromiso de decidir que es lo que quiere hacer, si una novela, un cuento o una crónica.
Notas
1. Esta visión corresponde a VM, Aguiar e Silva. El concepto de Literatura. La teoría de la Literatura
2. Galvano Della Volpe. Crítica del gusto. Barcelona, Six Barral, 1996. Pág. 176-177
3. Steimberg, Oscar. Semiótica de los medios masivos. El pasaje de los géneros populares. Atuel, 1993.
4. Borges, Jorge Luis. There are more things” . En: El Libro de Arena, Emecé, 1975.
No hay comentarios:
Publicar un comentario